Fue encargado de su realización el escultor Quintín de Torre y Berastegui, por un importe de 45.000 pesetas, sin andas. Dada la cantidad que importaba la ejecución de la obra se abrió una suscripción popular para hacer frente al gasto que esto suponía y no debieron tener problemas en recaudar el dinero. El Ayuntamiento, presidido por Dº Federico Moyúa y Salazar, en sesión del 9 de julio de 1924, acordó contribuir con 2.500 pts. La obra se terminó para la Semana Santa de 1925 pero la lluvia impidió que fuera estrenada en procesión. Hay que esperar al año siguiente, concretamente al 1 de abril de 1926.

El paso lo componen 5 figuras realizados a la manera castellana, se realizó en madera policromada. El tamaño de las mismas varía, puesto que si bien San Pedro y San Juan son de dimensiones naturales el Ángel es de un tamaño mayor.

Dos de estas figuras, San Pedro y San Juan, fueron expuestas con parte del grupo del Descendimiento en el salón de Exposiciones del Círculo de Bellas Artes, en 1927 en Madrid. Un busto de San Pedro, igual que la imagen que figura en este Paso, le sirvió a Quintín de Torre para ganar un premio otorgado por el Ayuntamiento de Valladolid. La talla se presentó en la Exposición Nacional de Bellas Artes en su centenario, cuando el artista contaba con 80 años en 1957.

Quintín de Torre utilizó un procedimiento especial para policromar este paso. La pintura se aplicó directamente sobre la madera de las imágenes, sin recurrir a estucados ni estofados. Teniendo en cuenta la antigüedad del paso, y el deterioro inevitable de las pinturas, los problemas con la policromía han sido más complejos que en otros pasos de Semana Santa.

El paso representa la agonía de Cristo en Getsemaní (Huerto de los olivos). Un ángel consuela a Cristo mientras sus discípulos duermen, incapaces de velar con él. Escena pródigamente desarrollada por la imaginería cofrade, este paso describe la escena con particular acierto. Está compuesto por cinco figuras: Cristo y el ángel, configurando la escena principal así como Pedro, Santiago y Juan. Estos últimos dormitan y constituyen un segundo plano, más próximo al espectador.

La escena principal se desarrolla en el centro del paso. El ángel mira a Cristo, el rostro del ángel alado, alzado sobre unas peñas, refleja una belleza idealizada como corresponde a las criaturas angélicas, con puntos de contacto con las Victorias clásicas. Una mano señala el cielo al tiempo que la otra permanece doblada a la altura del pecho aportando dinamismo a la talla. En contraste, el Maestro con vestidura oscura permanece doliente, de rodillas. Su rostro refleja a la perfección la angustia, el dolor y la pena.

San Pedro se apoya sobre San Juan, sentados, se encuentran dormitando. Entretanto, Santiago yace durmiendo en el suelo. Dada su postura, es la imagen más difícil de contemplar para el espectador. En cualquier caso, consigue equilibrar plenamente la composición.

Sin duda alguna, este paso, por su originalidad, es una de las mejores joyas que enriquecen la procesión de la Santa Cena.

 

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